lunes, 8 de julio de 2019

NO PASARÁN


7 julio 2019. San Fermín.



H
ay algo que siempre me ha fascinado, al menos desde que tengo impulsos sexuales conscientes (ya atenuados por la edad, claro. Como decía aquel vejete sentado en el paseo marítimo, viendo pasar la mejor chacinería veraniega semivestida y apetitosa: Señor, señor… Si nos quitas las fuerzas… ¿Por qué no nos quitas la intención?). Y esta fascinación es por la defensa propia del culo. Del culo femenino, me refiero. No digamos ya de otras partes blandas de la anatomía femenina que son anatema para la mano ajena. En realidad, cuando hablo del culo femenino me refiero a lo más sobresaliente (en algunos casos solo notable porque es superado por dos poderosas razones). A lo que de verdad vengo a referirme es a la muralla pétrea de la que se rodea la hembra ante la posibilidad de una relación sexual.

Deshagámonos de equívocos. Aprecio el feminismo como valor moral, lo defiendo, y estoy convencido de que es necesario. Imprescindible. Y a los animales de La Manada yo los hubiera dejado en libertad a disposición de las familias de la víctima. Hoy hablo de otra cosa. Escribo, o lo intento, a la vez que reflexiono, de la defensa a ultranza, como última trinchera, del culo femenino por parte de la propietaria ante un posible caso de caricia o agarrón.

¿Qué tiene un culo que no tenga una clavícula?
¿Acaso es arca de la alianza depositaria de los valores de la doncella? ¿Es cofre del tesoro de la moza?  

Yo diría que la hembra de nuestra especie, viene de serie con muchos más extras que el macho. Todos ellos dignos del diseño de un Dios de la categoría de cualquiera de los disponibles en el mercado. Entre ellos, el más importante no son las tetas (como pensaréis, bandidos): Es el cerebro. El macho, durante su crecimiento, puede desarrollar más de una triste neurona que es lo único que trae de serie, y además reside en el apéndice extensible delantero que le sirve para la cópula y le produce el noventa y ocho por ciento de los problemas que tendrá en su vida adulta. La hembra, ya a tierna edad, manifiesta unas capacidades temibles. 

¿En qué momento es instruida por la Naturaleza para defender su culo como si no hubiera un mañana?

No lo sé. Ellas poseen desde la noche de los tiempos secretos que se me escapan. A mí y a toda la chavalería que crecimos juntos en el barrio, al menos.

No digo yo que esto afecte a toda la gama. Ni todas churras ni todas merinas. Pero en la cultura occidental es común. Y como creemos que somos mayoría los Occidentontos pues así nos va.  

Si lo pensamos reflexivamente (así con los ojos muy guiñaos y la ceja fruncida) esto podría ser hasta denigratorio para la mujer, ya que nos llevaría a pensar que el valor más cotizado de sí misma en el mercado de capitales morales es el culo. Y no es así. 

Como todo, en este caso la Exceptio probat regulam (la excepción que confirma la regla, para la gente de las Alpujarras como yo…) sería Jennifer López, claro.

Lo cual que, uno no es que sea partidario de adoptar la moral de algunas de las tribus de Micronesia (y multitud de sociedades más) donde la coyunda es libre entre machos y hembras casados/as, solteros/as o mediopensionistas/istos. Pero la sabiduría siempre está en el justo medio.

Como dice mi admirado José Múgica, Al final… todos marchamos en el cajón

¿Acaso piensa la hembra humana que va a vivir eternamente?
¿Acaso las miles que están inscritas en Tinder esperan ser Cenicientas a las que un Príncipe Azul les solucione los callos del monte de Venus con un jodido zapatito?

Si el macho es golfo por naturaleza, válgame Zeus. Lo de la monogamia humana hace ya tiempo que es un desmentido científico; es solo un acuerdo cultural en Occidente, que quizá es donde menos se respeta, claro. Pasaos por los clubes de lucecitas rojas y preguntad cuántos casados hay dentro… Como salgan corriendo, la migración de antílopes del río Mara en África es una romería.

Y las leyes de la Naturaleza no son ni buenas ni malas en la valoración moral. Solo son EFECTIVAS para la conservación de la especie. 

En fin, puede que escriba esto un poco extrañado por una última experiencia en la que una contraparte me metió la lengua hasta el esófago un viernes de copas y el sábado de bastos me dijo que no quería comprometerse y tal… Hostias benditas, si uno todavía no había reservado día en la catedral de Burgos para la boda. 

No me hagáis mucho caso, la mujer tiene todo el derecho a montarse sus murallas a la altura y del grosor que quiera. Faltaría más. Que no somos Neandertales. Por eso he procurado emplear el vocablo hembra y no otro. Esto es solo una reflexión fisiológica que no ética.

Y luego puede ser que los rechazos a este abajofirmante, no se deban a  que uno no es simpaticón. Que tengan su porqué.

¿Por qué? Porque uno tiene el atractivo de un mono mascando bananas. Que también podría ser… 



domingo, 20 de agosto de 2017

FELIZ VERANO... IMBÉCILES.




P
erdonad que me asome por aquí solo unos instantes. No voy a molestaros mucho. Me despedí de la palabra escrita (por mí) hace mucho tiempo. Y fue un error. Yo escribía para no matar gente, y me ayudaba bastante en mi oculta guerra contra el impulso de exterminaros a todos con un Kalashnikov, ciertamente. 


           Siendo la Justicia un concepto creado por la mente del hombre (Voltaire, Stéphane Hessel, los Derechos Humanos…) que solo existe en sabe Zeus qué conexiones sinápticas dedicadas a almacenar la memoria a largo plazo, hay que concluir que no es nada que crezca en los árboles frutales ni hay ninguna variedad de trigo llamada «Justicia». Es un invento. Imprescindible, pero inventado. Totalmente ajeno al devenir de la Naturaleza, a la que se la sopla.

            Preguntadle a una cebra que está siendo devorada, aún con vida, por una manada de treinta leones. La pobre seguramente intentó llevar una vida de virtud, pero a la Naturaleza se le da una higa, lógicamente. Lo único que instala de serie en el cerebro animal (humanos incluidos) son instintos.

          Veo que hace pocas horas, unos cuantos gilipollas con poco más de diecisiete años han liquidado a trece turistas en Barcelona.

            Y veo que salimos todos, compungidos, heridos de dolor, al día siguiente a manifestar nuestro duelo (algunos, quizá los más consecuentes ni eso) durante un minuto. UN MALDITO MINUTO. Al menos ya sé en lo que valoráis la vida de un occidental: 0,22 segundos por cadáver. Cojonudo. Es mucho más de lo que hacéis por las decenas de miles de seres humanos sepultados para siempre en la mayor fosa común  del planeta: el mar Mediterráneo.

            Por supuesto, a la cabeza de todo, el rey nuestro señor, con presidentes y caterva de seguidores, asesores y sacristanes que cobran (así a ojo) a unos trece euros la sonrisa (pongamos diez sonrisas diarias por lameculos, multipliquemos por un mes y dividámoslas por cuatro mil euros de media). Acojonante.

            Entonces, durante un minuto, UN MALDITO MINUTO, estos tipos se ponen los trajes y las corbatas de luto, se cariacontecen y esperan a ser fotografiados. No os engañéis, no es otro el objetivo: que el objetivo los recoja. 

            Claro, la foto que puebla las portadas de la prensa mundial es esa. No la del minuto posterior; que es cuando se vuelven oscuros y sigilosos a seguir con su veraneo de mariscadas y albariño, como no podía ser menos. 

            Pero no os equivoquéis, ellos son solo un reflejo, una sombra, una caricatura, de nuestra elección ilustrada y empeñada en poner al mando de una de las mayores potencias europeas a unos tipos que, al menos, parezcan más tontos que nosotros, para seguir tranquilitos con nuestras vidas, nuestros chanchullos, nuestros pequeños y graciosos delitos cotidianos, sobre todo contra la Hacienda Pública. 

            Imaginad que nos da por votar a alguien capaz, a una mente preclara, lúcida, por ejemplo a un Einstein. Se monta el Dos de Mayo. En cuanto este lúcido gobernante conozca los datos, los hechos, los manejos de nuestra caterva al mando (pero no solo de ellos, la nuestra también) la primera medida de su ejecutivo sería reinstaurar la guillotina. 

              Iban a faltar vuelos para huir del país. 

          Porque a ver, ¿de dónde han sacado el dinero esos cuatro gilipollas imberbes que de haber podido hubieran volado la estatua de Colón? Exacto, seguid la pista del dinero.

            Y decidme a dónde os conduce. Acertáis de nuevo. A una serie de fortunas, amasadas con sangre (todas se amasan así, desde nuestro padre Adán), que pueblan la península arábiga (pero no solo) y a las que nuestros monarcas y jefes de estado rinden puntual pleitesía justo el día después de que, por un poner, un par de esos augustos príncipes vestidos de seda haya organizado una orgía con niños y niñas de doce años. O sus fuerzas policiales le hayan arrancado las uñas en vivo a uno que se atrevió a opinar sobre algo. 

            Todo muy democrático y ejemplar. 

           Le comentaba a un buen amigo el otro día que, en no tardando muchos siglos, tengo la esperanza de que al igual que la homosexualidad dejó de considerarse una enfermedad mental por la OMS en 1990 (sí, mil novecientos noventa) las religiones, TODAS, sean incluidas por la OMS en la lista de trastornos mentales alucinatorios,  descrito su tratamiento y detallada su cura.

            Aunque pensad por un instante, por un poner, en la «Madrugá» sevillana semanasantera. No creo que estos ojos que han de abonar la tierra lleguen a verlo. 

            Supongo que nadie leerá esto. Mejor. A mí me la bufa y a vosotros os la sopla. 

            Os la sopla junto con el delicioso vaso de cerveza helada que os estáis soplando. Pero no es que no os preocupen los temas sociales, no. Ahora mismo tenéis una enorme preocupación por la tardanza en serviros el plato de pescaito que habéis pedido. 

            Disfrutad y rezad para que el Mediterráneo siga sin secarse.

            Que entonces sí que vamos a correr. 






jueves, 11 de febrero de 2016

AGRADECIDO...



… y emocionado (que diría la Morgan), pongo estas líneas al viento para que ondeen al céfiro que toque. […]. «Este adiós no maquilla un ‘hasta luego’, este ‘nunca’, no esconde un ‘ojalá’» […] (que también diría el maestro Sabina). Han sido cinco años escribiendo este cuaderno de bitácora, de aprender mucho y enseñar poco; para mí, desde luego, altamente provechosos.

            Ahora, voy a descansar del articulillo cachondo, que la actualidad se me indigesta. Quieras que no, el comentar los sucedidos en esta letrina patria, te va impregnando el alma de ese olor agusanado y tóxico. Se harta uno hasta de los que quieren «tomar el cielo por asalto» para luego exhibir pajaritas y esmoquin en las galas del sábado. No digo ya de la olla podrida de gaviotas azules. O de los sultanatos del Sur (quizá, «susanatos»).

            Apestan.

            Uno de los narradores por excelencia, Juan Marsé, decía que «la actualidad, a la hora de escribir, más bien estorba. Y hoy más que nunca». No es que uno (ni por asomo) espere escribir algún día el Ulysses de Joyce (por suerte para todos, quizá…), pero si algo más sale de mi teclado me agradaría que estuviera lo menos contaminado posible.

            Me gustaría hacer cosas distintas y más distantes.

            Y puede que alguna vez termine de cabrearme y aplique la máxima de mi querido Bukowski: «Find what you want, and let it kill you». Y me retire a algún sitio cerca del mar a hacerlo. Si lo hago será buena señal, desde luego.

            
             Así que a todas. A todos… gracias por venir.




lunes, 14 de diciembre de 2015

NAVIDADES MARIANAS




E
n estas fechas tan señaladas de mazapán y lotería, cuando se reúnen las familias al amor del hogar, y suenan los villancicos, no quiero dejar pasar la ocasión de desearos, con todo mi cariño… que os parta un rayo. 

A todos no, solo a la mayoría. A los cómplices de la mayoría inabsoluta que va a sacar Mariano dos días antes de que canten los niños de san Ildefonso.

Mariano ya ha ganado. Y lo supo cuando escribió aquello de «Luis, lo entiendo, sé fuerte. Mañana te llamaré», y al día siguiente no sacamos las guillotinas. Por eso no se inmuta.

Así que recibid, hermanos y hermanas en Cristo, mi más sincera felicitación navideña. Que el ángel de la guarda del ministro del Interior (Marcelo) os guíe por el camino recto durante el año que comenzamos en breve.

Y como dice la maldición china: «Ojalá os toque vivir tiempos interesantes».

Feliz 2016.





viernes, 27 de noviembre de 2015

A TENER EN CUENTA...





C
uando escribo esto, parece que es la víspera del famoso «Black Friday». Otra esplendorosa costumbre con su barbarismo que nos colocan los anglos y los sajones, referida al día en que se inaugura la temporada de compras navideñas. ¡En noviembre! (bueno… ya podéis encontrar lotería de Navidad en agosto en vuestro chiringuito playero, tampoco es nada del otro mundo).

Esto del Blac Fraidai, en los EEUU se corresponde con la jornada siguiente del Día de Acción de Gracias. Aquí este año cae en el día 27 de noviembre, san Facundo Mártir. Lo cual que estamos en época de chamuscar las tarjetas bancarias.

            Claro que para ello se tienen que dar tres circunstancias:

                        -Tener cuenta en un banco.
                        -Disponer de una tarjeta asociada a ella.
                        -Gozar de saldo disponible.

            Que desde el crack de 2007 no son ya condiciones detentadas por el común de los mortales de occidente. Hasta entonces sí, cualquier ganapán tenía un tarjetero más largo que el santoral. Yo mismo, llegué a tener cuatro tarjetas de crédito (incluyendo dos Visas Oro que te rilas). Hoy solo conservo una y de débito. Y no la llevo por la calle, le tengo puesto un altarcillo en casa y a veces le rezo.

            El hombre, por su natural inventivo y su manía de continuar con vida, no para de darle vueltas a la cabeza cuando aprietan los fríos financieros. Así que descartado el dinero de plástico se pasa uno a la única opción crediticia para casos de urgencia: la autorización de descubierto en cuenta.

            Es un sistema verbal, fácil, rápido y caro (como todo lo bancario). Pero tiene una premisa sine qua non: tienes que conocer al director de tu sucursal. Y sobre todo, el director de tu sucursal te tiene que conocer a ti (eso es sencillo, con solo apretar un botón el sistema informático le canta hasta lo que hiciste el último verano).

            El único inconveniente es que hay que estar dotado de un cierto espíritu comercial, o sea saber venderse a uno mismo. No se puede llamar a Manolo, nuestro director, un lunes, a las 08:30 de la mañana, que estará recién abierta la sucursal, y el hombre tendrá cara de jabalí acorralado, la mesa llena de problemas aplazados desde el viernes (Manolo es muy español) y acechando al primero que se le acerque para joderlo bien. No.

            La primera premisa es empatizar con Manolo. Verlo como si fuera nuestro jefe. ¿Qué día irías a pedirle a tu jefe un aumento,… un par de días libres? Un viernes al mediodía, por supuesto. Cuando ya Manolo está enterrando en las carpetas del lunes todas las mierdas irresolubles, y desde la ventana le llegan los efluvios de las jibias plancha del bar de enfrente que le chorrea la salivilla por el fondillo del pantalón.

Ahí apareces tú.  

          Bien, pues la llamada tiene que producirse ese viernes entre las 13:00 y las 13:45 (nunca antes). Y hay que haber dedicado la tarde del jueves a preparar un guión, incluso, si hemos practicado ante el espejo algo de lo que en la técnica comercial se conoce como Role Playing (o sea una simulación de la situación), miel sobre hojuelas.

     Os puedo extractar algo del manual sobre Las mejores excusas para autorizaciones de descubierto:

            1.- Estoy esperando una transferencia que no llega.

            Esta es muy común. Manolo está harto de oírla, pero siempre le queda la duda de si tú serás el ÚNICO cliente que no le miente. Aunque es una excusa-condón. De un solo uso. A Manolo no lo engañas dos veces.


            2.- ¿Que no me han ingresado la nómina todavía?

            Bueno, esta… si a Manolo le ingresaran un euro por cada vez que la oye… Es muy de usar cuando te acaban de despedir y todavía no te han ingresado la primera mensualidad de la prestación por desempleo (Manolo lo comprobará, ya te lo digo yo). Si tenéis mucha mucha confianza con Manolo y está ese día sembrao, puede que os regale la preguntita de qué día te la ingresan:

            —El cinco.
            —Por el culo te la hinco.

            Pero ya ha pocos directores así.

            3.- Oye, que tengo que sacar el coche del taller que se le partió la junta de  trócola y engranó el buje de la magneto. Me cobran un pastizal.

            No os inventéis cosas. Porque puede ser que Manolo tenga como hobby la mecánica y lo cabreéis. Y esta excusa es buena porque se puede utilizar cuatrimestralmente, además de hacerle creer a Manolo que os puede colocar un préstamo al consumo para un coche nuevo. No la queméis.
             
4.- Mira que se me ha muerto una tía abuela y he heredado una casa pero tenemos que ir mañana a pagar el impuesto de sucesiones, porque el otro heredero vive en Ejea de los Caballeros y se va.

Esta es buena. No matéis tampoco a más de dos tías abuelas, que Manolo es buena gente pero
un día se os cabrea y os pide la esquela por fax.

5.- Escucha, que el lunes mismo te lo ingreso, este fin de semana he quedado con mi cuñado para ver el fútbol y me va a devolver los 1.000 euros que me debe.
Ni se os ocurra. Que Manolo puede ser un cachondo y a lo mejor os hace que lo invitéis al partido para veros la cara de pánfilo cuando el cuñado no os pague.


Podríamos seguir un buen rato, en mis tiempos de bancario he visto cosas que no creeríais. Pero dejadme que os de un último consejo:

Os van a soplar unos 40 euros de comisión de descubierto sin epidural, más los intereses de descubierto, más las comisiones que el director tenga a bien aplicarte salidas de sus partes nobles. Manolo no os está haciendo ningún favor, hace negocio, y muy bueno. Y encima tiene que parecer que le debéis la vida para que Manolo se sienta tranquilo.

Así que no pidáis un descubierto de 100 euros porque solo podréis sacar unos 50, con suerte… Think Big.




domingo, 13 de septiembre de 2015

LA ESPE



L
a esperanza mata. No hay duda. Al menos yo no la tengo. Y llevo ya más de cincuenta representaciones de Este año lo consigo…, la obra teatral que cada uno representa en el teatro de la vida. Y oye, que siga muchos años en cartel y vosotros que lo veáis. Ahora, que te digo yo que no. Es una maldición maravillosa, pero tiene los mismos efectos que la droga.

            Supongo que es un sentimiento intrínsecamente humano. Pongamos un perro. Un perro no tiene esperanza, vive un feliz presente continuo (sin ser yo filólogo ni nada de eso, se lo tendré que consultar al mío de cabecera, que por fin ha vuelto a las Españas para regocijo de los que estamos desasnándonos en el castellano). O sea, un perro debe tener en mente solo dos tiempos verbales creo, bien el presente bien el pretérito perfecto (pero un pretérito rapidito que se le olvida): como/he comido, trisco/he triscado. Además del presente continuo que en castellano dicen que se forma con la perífrasis «estar + gerundio»: Estoy comiendo/estoy triscando. O sea, una feliz acción presente en curso.

            El modo subjuntivo para un perro debe ser como la «conjetura de Poincaré» para este cura que os escribe.

            Su única preocupación ante un objeto o situación es:

            ¿Se puede jugar con él? ¿Se puede comer? ¿Se puede montar? Y todo esto… ¿se puede hacer AHORA?

            Caso de no ser así, un perro lo descarta o lo entierra y pasa a otra cosa tan feliz como si no hubiera existido nunca la preocupación anterior. Así, la sabia evolución natural, ha dado al perro la posibilidad de mover el rabo y al hombre no. Ya que mover el rabo en modo subjuntivo sería harto complicado.

            Pues bien, el hombre usa tantos tiempos verbales en su cabeza (menos algunos ejemplares del hombre rupestre —sin intención peyorativa alguna para el Homo Abderitensis— que subjuntiva el presente: «ganemos el partido» por «ganamos el partido») que a veces no sabe cuál escoger. Desde que nos volvimos inteligentes cuando nos expulsaron del paraíso por la jodida manzana (que más tonto no se puede ser, porque si el Árbol del Bien y del Mal hubiera dado jamones de bellota, pues oye...) andamos perdidos los «adanes» rebotando contra cada peñasco que nos pone el Supremo Guionista. Las «evas» menos, porque ellas vienen con más inteligencia de serie y mejor terminadas, no cabe duda.

Ando ahora embarrado con La divina comedia y no encuentro mejor definición conceptual que la que usa el Dante a las puertas del infierno: « ¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza! ». Una frase con la que quizá nos debería recibir la matrona que nos ayuda a venir al mundo. Porque como dice mi respetado Arturo Pérez-Reverte, la vida es un territorio hostil. Y no hay nada más hostil que el infierno. Acostumbramos al olvido feliz, pensando que el universo se compone de nuestras bonitas calles europeas asfaltadas, limpias y vigiladas por una policía que nos librará de los malos. Y no. Os daré unos datos curiosos para jodernos el día:


En mi caso, os puedo decir que la esperanza no se cuenta ya en cantidades significativas entre mi acervo.

 Y en su uso como sinónimo de ilusión, yo hace tiempo (como unas ocho empresas) que decidí que mi vida no iba a ser mi trabajo, porque ninguna de mis diversas ocupaciones me han dado la ilusión de poner la vida en ellas. Solo de ganármela. El trabajo es solo una de las cosas que hago. Y como no soy investigador de textos clásicos del siglo IV a.c. o de un laboratorio para secuenciar el ADN de la proteína que cure el cáncer, o bien, alfarero (esos trabajos sí podría amarlos), pues considero la labor diaria como una herramienta que me proporciona atún, pan, queso y gasolina. O sea, para mí, el trabajo es un escoplo que (sudando) me ayuda a comer. Lo que viene a ser una suerte de «cuchara» social. Una herramienta no más valiosa que la escobilla del váter.  

Y he cambiado muchas veces de cuchara. Son prescindibles, se oxidan y jamás se me ocurriría enamorarme de una.  

            Quizá la fe religiosa (que ya sabéis queridos niños y niñas que es una de las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad) sea una especie de esperanza diferida, prestada, entregada a un ser trascendente (o amigo imaginario, aunque en este caso hablaríamos de esquizofrenia, excepto que sean millones los seguidores, en cuyo caso se llama religión), que nos evita luchar por algo. Más cómodo es, desde luego.

            Por ejemplo, un opositor que fía más a la esperanza, en sus versiones de advocación mariana, escapularios, patas de conejo o estampitas de fray Leopoldo, antes que al trabajo riguroso… ya debería saber el resultado de su examen. Es como ir a la guerra con un crucifijo y sin armas. Porque incluso en el caso de que se hayan pasado cientos de horas de estudio, ni siquiera así tiene asegurado nada. Solo la oportunidad de competir en igualdad con los poquísimos que sobrevivirán a la matanza.

            Y conste que soy sumamente respetuoso con los adultos responsables que deciden seguir «jugando a los muñecos» (como suelo llamar a la devoción por las imágenes o los Geyperman) durante toda su vida racional; bueno, me molesta un poco que corten las calles en Semana Santa para pasearlos, pero comprendo que, si incluso el poderoso Poncio Pilatos en sus tiempos de gobernador de Judea y de representante imperial del César no se atrevía a dictar algunas penas de muerte sin la aquiescencia de los oscuros brujos del Sanedrín, hoy, finiquitada ya hace tiempo la primera década del siglo XXI se siga teniendo en cuenta.

            Al emperador Napoleón se le daba una higa la religión, pero la consideraba útil para el control de masas.

            No quiero que nos quedemos con un sabor de boca amargo, queridos parroquianos. Tampoco es eso. Estoy con Saramago en que si estudiamos la historia del hombre sobre la Tierra no hay muchas razones para tener esperanza, vale. Pero cuando veo a los niños yendo al cole con una sonrisa me recupero un poco.

            Porque tengo la esperanza de que mi filólogo de cabecera les de clase.